Pocos pueblos han podido sentir tanto odio y rencor mutuo como el francés y el alemán en 1945. En 1940 la Alemania nazi invade Francia. Al terminar aquel conflicto, se estima que cerca de 568.000 ciudadanos y ciudadanas francesas habían perdido la vida. Decenas de miles de franceses y francesas fueron forzadas a trabajar, en régimen de esclavitud, en Alemania aquellos cruentos años. La economía francesa cayó un 53% a lo largo de aquel conflicto, provocando pobreza, hambre y falta de recursos básicos. Se estima que la totalidad del capital perdido por este Estado supera los 1.000 billones de francos en 1938 (unos 27 billones de dólares estadounidenses de la época), de ellos, 460 billones por destrucciones surgidas en su territorio.

A pesar de todo aquello, tan sólo cinco años de haber concluido aquel infierno que fue la Segunda Guerra Mundial, es decir, el 9 de mayo de 1950, el ministro de Asuntos Exteriores francés, alsaciano de origen, propuso a Alemania mirar hacia adelante y construir un futuro común para Europa. La creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero, que gestionara mediante un órgano supranacional los dos materiales entonces fundamentales para la industria bélica, debían asegurar la paz. En su famosa declaración Schuman, que hoy celebramos, mencionaba que “la paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”. Había que olvidarse del rencor y del odio, que a ningún lugar bueno llevan, y había que empezar construir un futuro común.

El verdadero artífice de aquel movimiento fue Jean Monnet. En sus Memorias dejó plasmado su pensamiento. Encargado de redactar el Plan de Modernización de Francia en 1946 hizo suya la frase de León Blum “audacia o mediocridad”. Tenía fe en la clase política. Dejó escrito que ante una responsabilidad concreta los políticos no escurrían el bulto, les hacía falta valor, siendo éste una virtud que no les suele faltar, puesto que “los obstáculos despiertan su temperamento combativo”. Eso sí, creía en que el sistema debía ser sólido, porque nada se puede hacer sin las personas, pero nada subsiste sin las instituciones”.

La cuestión es que la Unión Europea es la más grande innovación política del siglo XX. Todavía no hay continente en el mundo que haya sido capaz de construir nada parecido. En una carta de Kennedy dirigida a Monnet le señalaba “durante siglos los emperadores, los reyes, los dictadores han intentado imponer a Europa su unidad por la fuerza… ustedes han construido con el mortero de la razón y con estas piedras que son los intereses económicos y políticos. Ustedes transforman a Europa sólo con el poder de una idea constructiva”.

La realidad de la Unión Europea ha cambiado mucho en las últimas ocho décadas. El Consejo está debatiendo la Agenda Estratégica de la UE 2024-2029 que deberá ponerse en práctica tras las elecciones al Parlamento Europeo y la constitución de una nueva Comisión Europea. Las prioridades incluyen la seguridad y la defensa, la resiliencia y la competitividad, la energía, la migración, la cooperación mundial y la ampliación. El Parlamento Europeo, por su parte, publicó en enero de este año las diez cuestiones más relevantes para 2024, entre las que se encuentran cómo acelerar la doble transición ecológica y digital, el riesgo de la desinformación, el futuro de la industria del automóvil, guerra de Ucrania, el futuro emergente de India… los retos de una Europa cada vez más pequeña en el mundo son casi infinitos, pero tal y como decía Monnet “los hombres sólo aceptan el cambio resignados por la necesidad y sólo ven la necesidad durante las crisis”.

Sin duda, lo más fascinante de la Unión Europea es su espíritu fundacional. Supieron dejar a un lado el odio y el rencor, y construir un futuro en común. ¿Se imaginan que el ministro de Asuntos Exteriores francés Schuman, allá por 1950, se hubiera limitado a insultar a Alemania o Italia por haber invadido su país unos años antes? ¿Se imaginan que se hubiera negado a dialogar, colaborar y cooperar entre ellos en virtud de un pasado repleto de heridas? ¿Dónde nos encontraríamos ahora?

Los sistemas democráticos se construyen sobre el diálogo. Los Parlamentos están para debatir y confrontar ideas, no para dar pábulo al insulto y o escenificar confrontación. Por desgracia, la vida política actual está demasiado cargada de esto último. La fe en la política, en el poder de las ideas y en un futuro en común es lo que marcó el camino en 1950. El reto que tenemos la ciudadanía del siglo XXI es seguir construyendo un futuro en paz, que sepa gestionar el bienestar y libertad de nuestra sociedad. En nuestra mano está.

*El autor es doctor en Derecho Europeo y consejero de Industria y de Transición Ecológica y Digital del Gobierno de Navarra