‘Nombres que recorren el tiempo’ es un estudio de la represión que sufrieron 95 mujeres navarras dentro o fuera de nuestra tierra, desde 1936 hasta 1948. El libro, publicado por Txalaparta, visibiliza con perspectiva de género el desenlace de esas 95 vidas truncadas. Es por ello un retrato de la miseria, la vileza y la brutalidad desencadenadas en el golpe del 36, que tuvo una nueva fase a partir de 1939. El ensayo consta de una introducción bilingüe y de un desglose de cada víctima con la información recopilada escrita y gráfica. 

“Venimos a decir sus nombres”, escribe Begoña Zabala en el prólogo, donde recuerda que en Navarra no hubo frente. “Lo que sí hubo, desde los primeros días, fue represión y represalia”. Para los autores del ensayo, Aitor Garjon (Iruñea, 1989) y Amaia Kowasch (Iruñea, 1990), “la idea era contabilizar a las mujeres asesinadas directa o indirectamente, y contar su historia, a partir de fuentes ya escritas, pero también de archivos con casos olvidados, cuenta Kowasch. Se incluyen en ese casi centenar de víctimas las mujeres nacidas en Navarra, otras asesinadas en nuestro territorio, o muertas en la Prisión de Mujeres de Ventas o en campos de concentración, los de Argelès-sur-Mer, Auschwitz-Bikernau y Ravensbrük.

“Existió una represión sexuada”, incide Garjon, “dirigida hacia las mujeres por el hecho de ser mujeres”, como el caso de las agresiones sexuales. Las víctimas fueron represaliadas “por su participación política, por romper con los roles tradicionales de ser mujer”, y por “ser esposas, hermanas o madres de”, “represión subsidiaria”, además de quienes murieron en el frente,o de otros castigos que sufrieron al igual que los hombres (de tipo económico, tortura o cárcel).  

“Estamos en 2024 y no había un listado completo de las mujeres que fallecieron”, señala Kowasch. “El primer paso es la verdad, no puede haber ni justicia ni reparación si no sabes que una señora de Iruña falleció en un bombardeo en Barcelona que nunca se había hecho público. No se puede reconocer nunca lo que no sabes, y muchas familias siguen en búsqueda”. Según explica esta investigadora, “no fueron todas fusiladas ni ejecutadas”, y han incluido, por ejemplo, fallecimientos a causa de bombardeos, de suicidios o por enfermedad en cárcel”. 

Heterogéneas Las víctimas identificadas eran mujeres, niñas o adolescentes “de perfiles totalmente diferentes”, lo que se recoge en sus fichas. Por todo ello, este “es un libro de consulta y de reconocimiento a ellas”. No pasa inadvertido el caso de Asunción Sagardia Goñi, arrojada a la sima Legarrea con un año y seis meses. Como su madre, Josefa, de 38, sus hermanos Joaquín, Francisco Javier, Antonio, Pedro Julián y José María, de 16 años, 14, 11, 9 y 4 respectivamente, o su hermana Martina, que contaba con 7 años de edad.  

“Hemos hecho el libro que echábamos en falta”, resume Garjon. “Un granito de arena en la verdad” a través de 270 páginas, que atestiguan la indecencia moral hasta en el lenguaje. Como en el acta de defunción de Felisa Goñi, fusilada en Gipuzkoa, que según el documento había fallecido “a consecuencia de heridas de armas de fuego en ocasión del movimiento Nacional”. O el caso de Asunción Vergara de Luis, cuya muerte fue inscrita “a consecuencia de la pasada lucha nacional contra el marxismo”, o Marisa Sánchez Luri, que se suicidó tras el asesinato de su marido arrojándose al río Ebro “por hallarse trastornada y desde luego, disgustada”. Muchos documentos originales, cuenta Kowasch, eran una demostración de humillación. Por ejemplo, cuando al referirse al trabajo de la víctima ponían; “su sexo”.  

Dificultades para investigar “Nos hemos indignado mucho con los archivos del Estado”, cuentan los autores, que tuvieron que esperar un año para recibir unos documentos digitalizados, y en otro caso pasaron tres años en balde a la espera de información. Kowasch la “vergonzosa “falta de medios del centro de memoria histórica de Salamanca. En cuanto a los archivos militares, añade, el proceso se dilata entre autorizaciones y consultas y condiciones. En cambio, “escribes a Francia o a Alemania y es todo lo contrario, en una semana tienes toda la documentación digitalizada y gratis, con referencias de otros archivos donde puedes tener más información y hasta la información traducida al castellano”. Todas esas trabas o restricciones, resume Garjón, no facilita el trabajo investigador ni el conocimiento público. Un panorama, comenta Kowasch, diferente para trabajar según las comunidades, dependiendo del color político, sus precedentes bibliográficos o sus historiadores. 

Empatía con la actualidad A juicio de los autores de este libro, haciendo balance, “la iglesia fue clave en Navarra; hizo junto con vecinos carlistas o falangistas las listas de las personas que había que represaliar”, pues controlaban quien no había ido a misa, no se había casado o no había bautizado. 

El libro, testimonio de tantas barbaridades y sufrimiento, ha reforzado en Garjon y en Kowasch la conciencia de lo sucedido y la empatía con las víctimas de guerras actuales. Por ejemplo, en Palestina, donde “se habla de muertes, pero no de toda la represión y torturas que están sufriendo”. “Se te pone la carne de gallina pensando en eso”, afirma Amaia Kowash. “No creo que vaya muy lejos de lo que hemos visto que aquí se hizo en el 36. Parece que no se aprende”. Por de pronto,ambos prometen seguir investigando, independientemente de las facilidades o dificultades que encuentren, para poder ampliar este trabajo, y dar memoria a víctimas que fueron olvidadas cuando no despreciadas durante mucho tiempo.